martes, 2 de diciembre de 2008

Inflado

- Vi un inflador re chiquito re lindo, casi me lo compro. – dijo ella

- Para inflar qué? – preguntó él

- Nada, no tengo nada para inflar, pero era re lindo.


Las voces salían de una oficina como cualquier otra. Ella vestía un conjunto minuciosamente elegido: remera verde loro, unos ajustados jeans azules de una marca reconocida, de esas que tienen muchas W en el nombre tal como indica la moda, zapatitos (si, si, zapatitos) verde loro haciendo juego y un leve toque de maquillaje sobre los ojos. De qué color? Obviamente verde loro. La diferencia entre el verde loro, el verde manzana y el verde damajuana es imperceptible para cualquier NN de sexo masculino, pero causaría llanto en ella si se confundía el verde loro de sus zapatitos con otro verde diferente. Debajo de los lóbulos de sus orejas se olía una suave fragancia cítrica importada. Luego de la respuesta de ella, él se rió y la charla derivó en otros temas.

Tiempo atrás cuando, vaya paradoja, un verde era equivalente a un peso argentino, mucha gente salía de un supermercado portando dos colchones de plaza y media en un changuito de los que se ven en cualquier almacén de barrio (seguramente tomados prestado de ese supermercado). Aun hoy es objeto de estudio como entraban los dos colchones en un changuito. No era una persona, ni dos, no era una familia, sino varias las que aparecían rebosantes de alegría con sus colchones a cuesta. Parecía que la ciudad había sido víctima de una inundación u otra catástrofe natural y estas potenciales caritativas personas hacían donaciones. Pero no. Solamente estaban de oferta los colchones. La causa: la etiqueta que rezaba “MADE IN LEJOS”.

- Vi que estaban baratos y me compré dos, por las dudas, viste?

- Y hay que aprovechar, uno nunca sabe!!


Seguramente algo así habría sido la conversación en la casa al volver. La gente, los argentinos, muchos, la mayoría, algunos, los que disfrutaban de sus peso-dólares gozaban comprando cosas “MADE IN LEJOS”. Sin ir más ‘lejos’, en mi casa hacen de perchero varias de esos cachivaches. Otros corrieron mejor suerte, solamente juntan tierra. El resto de los argentinos lloraba por haber perdido su empresa, su fuente de trabajo, su comida, su techo. Algunos otros hacían botones, vendían ropa, sufrían para poder terminar aunque sea un mes del año con algo de plata en el bolsillo.

Años más tarde, en otro rincón de Argentina, una parejita caminaba felizmente de la mano. Tarde soleada en la furiosa Buenos Aires. La avenida Alem rebalsaba de dióxido de carbono gracias a un colectivo que pasaba cerquita de la vereda. Los dos esquivaron el humo como pudieron y siguieron camino rumbo a Retiro. Ella vestía unos pantalones y una solera de colores veraniegos, un cinturón blanco que no sostenía el pantalón sino que lo adornaba, unas sandalias y una cartera blanca. Él llevaba unas bermudas, una remera de manga corta y mocasines marrones. Caminaron unos metros más y se sentaron en el pórtico de un edificio.

- Qué rico perfume, cuál es?

- Es el Jean-Paul L’Sudé, me lo trajo mi papá de su viaje a “ALLALEJOS” – contestó ella

En épocas de peso-dólares el que no tenía en su cuello impregnado un aroma importado de algún lugar distante era porque no quería. O eso parecía. O nos hacían creer.

Se oía que charlaban entre ellos.

- Y fueron unas vacaciones re tranquilas – acotó él - la verdad que hay tantos lugares como ese para recorrer en el país.

- Pero hay Shoppings ahí? Hay Cines? Hay Boliches? – cuestionó ella

- Ni semáforos hay!! Es increíble, se vive a otro ritmo, muchísimo más tranquilo. – sonrió y afirmó él

- Qué embole!! Y qué hacen? Es re precámbrico ese lugar. – enojada, casi indignada comentó ella

- Nada que ver, tienen un lugar que sirve de Cine, Teatro, hacen muestras, hay muchas cosas para hacer, encima a un ritmo muchísimo más calmo.

- Ni loca voy ahí, es re antiguo todo, qué hacen el fin de semana? Dónde van a pasear?

- .....

- Y si gordi, no podés hacer nada, es un embole – concluyó ella

- ..... – los ojos de él la miraban buscando algo más.

- Qué? Qué te pasa? Porqué me mirás así?

- A veces me asusta que seamos tan distintos

Acto seguido él la abrazó, le dio un beso en la mejilla y se quedaron sin hablar un largo rato. Eran cuatro ojos mirando pasar autos, viendo lo que el destino ya les había estado preparando. Al cabo de unos minutos se levantaron y siguieron caminando. Ella en busca de su perfume importado, él buscando menos dióxido de carbono

La película Propuesta Indecente pregonaba la idea que el dinero podía comprar muchas cosas pero no el amor. Miles de horas han sido usadas para determinar de quien era la culpa, si de ella o de él. O bien del tercero en discordia que fue el que puso la plata haciendo abuso de la situación económica apremiante por la que estaba pasando la pareja. Algo similar ocurre en un capítulo de Los Simpsons cuando la casa de la Avenida Siempre Viva se desmorona por problemas en los cimientos y para obtener el dinero Marge y Homero aceptan que ella pase un fin de semana con Artie, el multimillonario ex novio de Marge de la Preparatoria.

La moraleja en ambos casos es la misma: el dinero ayuda en muchas cosas, pero no compra el amor. O dicho de otra manera, el capitalismo no lo es todo.

Tercer acto: Barrio residencial del Gran Buenos Aires. Es bien de noche, ya entrada la madrugada. No circulan muchos vehículos. Está nublado, apenas se vislumbra la luna. La única luz proviene de la vieja lámpara que está colgada en el medio de la calle. Un auto estacionado en una calle. Es de color gris oscuro, cuesta verlo con tanta oscuridad. Los vidrios no estaban polarizados. Dentro se distinguen los rasgos de dos personas. Una joven de pelo largo morocho, ojos oscuros y boca sumamente atractiva con labios empalagosos estaba sentada en el asiento derecho. En el asiento de la izquierda, donde se ubica el conductor, había un joven de pelo castaño, algo de barba y ojos marrones. Ella luce unos años menor que él. Pero no les importa demasiado; ese beso lo demuestra. Se abrazan, se miran y se besan nuevamente. Esta escena se repite una y otra vez. Solamente se acarician. Solamente se besan. Sólo se miran. Una, dos, mil veces. Ella amaga bajarse del auto. Justo a tiempo él la toma por el hombro, ella se da vuelta y crean un vacío alrededor. Nada existe, nada fuera de ellos dos. Ella parece temblar, no de miedo sino por la explosión de emociones. Él le toma la mano y la abraza resguardándola. Ella gira levemente su cabeza hacia él y lo besa. Las agujas siguen girando y no los incomoda. Buscan encontrarse. Él apoya la cabeza delicadamente sobre el hombro de ella y le besa el cuello. Están creando su propio mundo. Ella se da vuelta y se recuesta apoyando su cabeza sobre sus piernas y él la mira tiernamente mientras decide si besarla ya o dentro de unos segundos. Quiere mirarla, quiere desearla, quiere besarla. Ella le gana de mano y lo besa otra vez. Rebobinan. Ponen PLAY otra vez. Las agujas dieron ya varios pares de vueltas. Horas y horas. Una vida.

Caro no sale. Él se queda con ella.


No todo es dinero, por suerte.

No hay comentarios: