miércoles, 28 de abril de 2010

Joe, el Terminator del primer ajuste salvaje

Un plan económico devastador y premeditado
Joe, el Terminator del primer ajuste salvaje
Bajo el paraguas de un liberalismo amañado y falso, Martínez de Hoz demolió todo el aparato productivo. Destruyó la industria, el comercio, el campo y los salarios, y abrió una puerta desmesurada a la importación.

No hay mejor síntesis de la economía que venía a instaurar Martínez de Hoz que las tres propagandas de TV de la dictadura que rescató en los años ochenta el documental La República perdida. La primera mostraba cómo un hombre se caía de una horrible silla fabricada por la “industria nacional” que se destartalaba por su peso, para luego correr feliz hacia un montón de sillas importadas que no sólo lo resistían sino que además le encantaban. La segunda –también con actores de carne y hueso– mostraba a un grupo de empresarios apretados entre un piso que decía “costos” y un techo que emulaba al “dólar”, que a cada rato pedían subir para aliviar la presión, hasta que descubren que el verdadero truco era hacer que bajara el piso. La última, en dibujos animados, mostraba cómo unos monstruos enanos de la “subversión internacional” parasitaban a una vaca que luego recuperaba vigor cuando decidía patearlos y volver a comer de la mano de un gauchito igual al que después promocionaría el Mundial 78.

La misión era terminar con el “empate” que signó a la economía local durante los treinta años de la posguerra y que llevó a los trabajadores (Cordobazo mediante) a capturar casi el 50% de la renta generada en el país. Había que bajar el piso como los empresarios del spot televisivo. Para lograrlo, el combo del primer año fue simple: congelamiento de sueldos, megadevaluación del peso y fin de los controles de precios.

En sólo dos años, hacia 1977, la participación de los salarios en el ingreso nacional había caído al 28 por ciento.

Pero no sólo había delegados gremiales que secuestrar y militantes que torturar para alcanzar ese objetivo. También había que fundir al incipiente entramado de industriales nacionales que había acaudillado hasta poco antes José Ber Gelbard, que, sin ser patriotas ni mártires, pretendían desarrollar algunos de sus negocios en forma autónoma de las grandes firmas extranjeras.

Ahí entró en acción el juego de la silla importada. Martínez de Hoz anunció sucesivas rebajas de aranceles y recortes de subsidios y créditos que llevaron a la quiebra a industrias enteras. La Argentina no era una potencia industrial, pero al menos fabricaba biromes y maquinitas de afeitar. Después del ciclo que se completó con el menemismo en los años noventa, nunca volvió a hacerlas.

El gauchito de la publicidad podía estar tranquilo. Las divisas del campo generoso ya no irían a subsidiar a los ineficientes fabricantes de sillas que se rompían.

Las multis y las grandes firmas locales se subieron a la bicicleta financiera. Ya no importaba qué produjeran. Hasta las netamente industriales se dedicaron a conseguir dólares baratos en el exterior para colocarlos a tasas de interés altísimas en el mercado local.

Después quedó claro el resultado: entre 1976 y 1983, la deuda pública saltó de u$s 8.000 millones a u$s 45.000 millones. La misma deuda que hoy divide al Gobierno y la oposición mayoritaria por cómo pagarla, sin que ninguno la cuestione.

La alianza social que sostenía a la dictadura contra los intereses de la mayoría de la población necesitaba que quien osara enfrentarla tuviera miedo de ser secuestrado o desaparecido. Pero, como no se podía secuestrar ni desaparecer a todo el país, hacía falta también otro tipo de miedo. El miedo a quedarse sin trabajo, a caer en la escala social, a perderlo todo. Para lo primero estaban los grupos de tareas. Para lo otro estaba Joe.

Crítica de la Argentina - 28/4/2010 - sin firmar (los trabajadores del diario están en conflicto con la patronal por atrasos en los sueldos)

Negrita e Itálica marcados por el autor del blog.








Las progandas (extraídas de YouTube):







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