viernes, 18 de junio de 2010

Derrame

Días, semanas y meses pasaban pensando en que nunca nos iba a tocar. El oro negro era muy preciado, más que nada en esos días donde todos los periódicos mostraban con gráficos de distinto diseño como el precio del petróleo subía cada vez más alto. Pero era un amor condicionado, solamente se lo quería cuando estaba bien guardadito en barriles o en alguna cuenca no descubierta. Ahora era un peligro. Una gran mancha se dirigía hacia la costa, hacia nosotros, haciendo peligrar nuestra integridad. Algunos nos preocupabamos por encontrar la forma de evitar el desastre, de tratar que el impacto sea mínimo. Otros buscaban la forma de aprovecharse de la situación para sacar provecho de la misma lucrando con la desesperación. Mentiras, engaños, temor y solidaridad, todas juntas en un mismo envase. La receta justa para el caos. Solamente unos minutos de horno a fuego mínimo y listo, a comer. A comerse unos contra otros, diría Darwin, y que quede el 'más mejor'. La mancha destruía todo a su paso. Caían amigos, amores, rencores, historias. El sol se nublaba y la lluvía ácida derretía todas las esperanzas. Todavía creía ver una salida. A pesar que sabía cual iba a ser el resultado. Ya había visto todo esto, pero parecía no recordarlo. Juntó sus dedos simulando una catapulta, apoyó el encendedor y lo lanzó. Por milésimas de segundos cientos de imágenes cruzaron su cabeza. Un beso, una sonrisa, una casa. Hijos, juegos y paseos. Praderas, piletas con niños jugando. Un anillo con una fecha y un nombre tallados en su interior. Un anillo de oro, dorado, que se convertía en una brea negra, pegajosa y se escapaba entre sus dedos. Un ruido a metal que golpea contra el suelo. Todo terminó.

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