Se asomó entre las rejas y preguntó qué pasaba. El tipo de adentro se arrimó y dijo:
–Está cerrado.
–Ya veo. ¿Qué pasó?
El de adentro enarcó las cejas:
–¿No leyó el diario? La pitón. Palmó la pitón.
–Uh... ¿Cómo fue?
–Los pendejos, ayer. Les tiran cualquier cosa a los animales. Un descontrol. Siempre, durante las vacaciones de invierno, pasa algo así. El año pasado, la jirafa grande terminó con esguince de rodilla: un palazo.
–Qué animales. Habría que enjaularlos a ellos.
–Es lo que yo digo.
–¿Y con la víbora qué pasó?
–Se comió un guante de lana que le tiraron. Le cayó mal.
–Pero si esos bichos se comen ovejas enteras, con lana y todo.
–¿De dónde sacó eso?
–De El principito. ¿Se acuerda del dibujo?
El de adentro hizo un gesto desdeñoso:
–Era otro ofidio. La pitón es una serpiente fina, no le come cualquier cosa. Es asiática, y se alimenta nada más que con unos ratoncitos de Singapur, de los que hay allá.
–Como los panda.
–Son herbívoros los panda.
–Digo que los panda sólo comen bambú. Si no tenés bambú, cagaste, no podés tener pandas.
–Son importados.
–¿Qué cosa?
–Los ratoncitos que le digo. Carísimos. Y ahora más.
–¿Los traen de allá?
–Traían, pero cerraron la importación, con este hijo de puta de Moreno y las restricciones a la salida de divisas... Le empezaron a dar cuises.
–¿Cuises?
El de adentro asintió con un gesto de desaprobación:
–Dicen que es lo mismo. “Sustitución de importaciones”, dicen. Pero así el bicho se desorienta con la dieta y terminan pasando estas cosas. Cuando estaba el Ruso acá esto no pasaba.
–¿Qué Ruso?
–El que puso el Turco.
–Ah, sí... ¿Pero ése qué sabía de animales?
–Por lo menos de gatos sabía.
Festejaron levemente los dos.
–Ahora... no entiendo –dijo el de afuera, como en confianza–. ¿Acá cada vez que se les muere un bicho de mierda cierran por duelo?
–No. En realidad hay paro de personal porque quisieron sancionar al cuidador del serpentario. Acá hacen huelga por cualquier boludez: ahora piden más gente. Un cuidador cada tres animales. Son tremendos los municipales.
–Así estamos. Prisioneros de los gremios.
–El año pasado, durante la toma del zoológico, se comieron un par de maras, esas que ve ahí, las liebres patagónicas. Se hicieron un asado. Una vergüenza.
–Y nadie hace nada.
–Qué van a hacer.
–Cada dos por tres cortan la calle.
–Flor de quilombo cortar acá, en Plaza Italia.
–No. Adentro, que es peor. Por ejemplo, te cortan la principal y el sendero que va a la parte de los monos o el elefante, que es lo que la gente más viene a ver.
–Y aprovechan los fines de semana, seguro, cuando viene más público.
–Claro. Ahora, con lo de la pitón, va a ser otro asunto de nunca acabar.
–¿Por?
–La burocracia. Están los de Sanidad Animal, los de la Sociedad Protectora de Animales que rompen las bolas. Hubo que hacer una autopsia. Un animal occiso en circunstancias irregulares genera mucho papeleo. El caso está caratulado como “muerte de ofidio por ingestión de objeto extraño”.
–¿Y qué hicieron con la pitón?
–La abrieron y le sacaron el guante. Es de mujer, de colores, de esos sin dedos. Y hay quien pide hacer una prueba de ADN.
–¿Para?
–Identificar al o a la responsable.
–¿Y qué le pueden hacer?
–No es un delito, aunque creo que debería. Es una contravención, una violación del código de faltas, y seguro que le cabe una buena multa, e incluso se le puede prohibir la entrada por un mínimo de seis meses y un máximo de tres años.
–Está bien.
–Claro que sí. A propósito, y ya que lo nombró: ¿sabe quién es el autor de El principito?
–Saint-Exupéry.
–No. Es Maquiavelito.
–Ah... Qué chiste más tonto...
–Je.
El de adentro se alejó unos pasos y el otro lo detuvo:
–Oiga, ¿y usted qué hace?
–Nada, estoy acá todo el día.
–¿Y no se aburre?
–Bastante. Suerte que cada tanto cae algún boludo que no sabe que el zoológico no abre los lunes.
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Página 12 - Contratapa - Por Juan Sasturain
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