domingo, 22 de marzo de 2009

Bigote

Bigote no se subió ese día. Siguió esperando el tren en el banco azul de la estación. Esa noche había caído mucho rocío y del lado del andén 6 estaban todos los bancos mojados; del lado del techo se podían usar. Al lado de Bigote un hombre que llevaba un maletín color marrón con dos cerrojos gastados leía el diario. Bigote miraba con sus ojos bien abiertos, cual personaje de los Simpsons, con los ojos verdes saltones y salidos para fuera. Su mirada parecía a la vez perdida y bien dirigida, cómo si estuviera viendo lo que buscaba aunque sin quererlo. Sus gruesas cejas negras dibujaban en su cara un gesto pleno de misterio. Guardó en el bolso el libro que tenía entre sus manos, se levantó y caminó hasta la franja amarilla que separa la ansiosa espera de la inesperada muerte. Se paró en puntas de pie sobre su pierna derecha dejando el pie izquierdo en el aire a la vez que pispeaba el reloj. Plantó su mirada en el horizonte ferroviario, tal como hacían aquellos pre-terratenientes cuando determinaban la extensión que iban a tener sus tierras, dio media vuelta y se volvió a sentar en el mismo lugar. Sacudía su sandalia roja contra el suelo impacientemente; la mirada seguía clavada al sur. Sus pies no eran feos a pesar de que un par de vellos crecían en su dedo gordo; hacían juego con sus uñas despintadas y desprolijas. Su peinado era la expresión de lo que 220 voltios podían hacer en una cabellera humana. El pelo negro no mostraba un camino común, saltaba de un costado hacía otro cómo un niño en una cama elástica. Parecía ser pajoso, de esos que pican o pinchan cuando se los tiene cerca. Sin embargo brillaba mucho, aún en la sombra de la neblinosa estación.

Bigote era un ser un tanto fuera de lo trivial. Había días en los que parecía formar parte de una tribu pseudo-hippie contemporánea, usando ropas floridas y holgadas, de cortes burdos y dudoso buen gusto, compradas en una placita top de Palermo Tongo a cambio de todo el aguinaldo (no medio aguinaldo, el aguinaldo entero). Otros días se asemejaba a un estudiante universitario promedio. Si no fuera porque aparentaba más edad podría pasar por uno de ellos.

Bigote portaba una sombra oscura bajo la nariz. En ocasiones parecía una femme fatal, otras tantas un varoncito renegado. A pesar de todo, emitía una rara atracción. Tal es el caso de sus llamativos ojos verdes; aun así el todo no era convincente. Cuando las mañanas se presentaban calurosas dejaba mostrar un escote tentador, sugestivo. Mostraba mucha actitud al andar, seguridad y una mirada que dejaba entrever la leyenda “satisfacción garantizada”.Las altas temperaturas permitían observar cómo las remeras se ajustaban a las curvas de la cintura y las polleras contorneaban caderas seductoras. Un par de kilos de más hacían que el combo fuera completo: ni empalagoso, ni amargo, el sabor justo a la altura del coxis.

Cuando todo estaba listo para decir “si quiero” un rayo de luz golpeaba en su cara y saltaba a la vista su alias. Pero un imán hacía imposible alejar la vista de ella. La pollera volando al viento que sugería más de lo que mostraba o los jeans ajustados que mostraban y también sugerían. La remera blanca al cuerpo que ahogaba la mirada y los sueños de una noche de amor y gritos sordos agarrados a una sábana.

Aún permanecen sus ojos como radares recorriendo el territorio a su alrededor. No fuma, no lleva perfume, ni maquillajes ni joyas. No ostenta. Sobresale del resto.

Por prejuicio o vergüenza la dejó sentada aguardando el servicio diesel de las 7.49hs. Día tras día la siguió mirando. Su nombre no lo conocía. Era una persona más esperando el tren en el andén 5.

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