sábado, 27 de junio de 2009

Lo asesinaron a golpes por un puñado de naranjas robadas

Crítica de la Argentina - Cristian Alarcón - 07.06.2009

Fabián tenía 19 años y vendía la fruta para comprarse un colchón. custodios contratados por un ingenio de la multinacional seabord le tendieron una trampa

Esta semana comienza en Salta el juicio contra los vigiladores de la empresa Search. Como otros pibes de Orán, la víctima se hacía unos pesos currando a un gigante que en los 90 dejó sin trabajo a sus padres.
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Cuando lo mataron, Fabián Pereyra, un chico guaraní de 19 años, tenía varios trabajos. Por las mañanas guardaba bicicletas en el centro de Orán. Al mediodía hacía changas en un supermercado. Los fines de semana cuidaba las bicis de los habitués de la bailanta del pueblo. Su cuarto empleo era el más duro. Junto a sus amigos caminaba los tres kilómetros entre el Barrio Estación y la zona de las naranjas sembradas en el Ingenio San Martín del Tabacal. Esperaban en una curva a que pasara un camión cargado y apenas bajaba la velocidad trepaban al acoplado. Entonces cada uno llenaba dos bolsas de naranjas. Las tiraban en el camino, y cuando el chofer volvía a aminorar la marcha, saltaban. De regreso cosechaban la siembra de lo que habían hurtado. Pero el 15 de septiembre de 2006 un grupo de tareas formado por 14 guardias de la empresa Search los esperaba para darles un escarmiento con palos, cañas y bates de béisbol. A Fabián le dieron tan duro que un golpe seco le voló la tapa del parietal izquierdo. Lo hicieron desaparecer dos días y lo tiraron, ya muerto, en un canal de riego. Esta semana los vigiladores enfrentarán un juicio oral en el que campeará una historia de dominación y muerte tan vieja como los cañaverales del ingenio. Ese día Fabián había salido a la tardecita del barrio con otros nueve chicos, entre ellos su hermano Daniel, el Chino. Hacía dos semanas que alguien se había hartado de la maniobra aceitada con la que los ladronzuelos lograban mermar la carga de frutas de la empresa norteamericana Seabord Corporation, dueña del ingenio desde 1996, cuando se lo compraron a los Patrón Costas, los antiguos dueños. Parece inexplicable si se lo mira matemáticamente: la Seabord es propietaria de 50 mil hectáreas de tierra en la zona de Orán. La mayoría sembradas con caña de azúcar que luego es refinada y vendida en el mercado nacional con el norteño nombre de Chango. Diecinueve mil hectáreas corresponden a plantaciones de naranjos que producen miles de toneladas de fruta al año. Cada “chango” que se trepaba al camión de la Seabord lograba arrebatar con la maniobra unos siete pesos: al volver al pueblo llevaban el producto hasta el Mercado de Abasto donde las ubicaban a 2,50 las cincuenta naranjas. Así lo cuenta la mamá de Fabián, Susana Morales, una mujer que vive de un plan trabajar y todavía se acuerda de que su primogénito perseguía un solo sueño para el que juntaba plata como podía: comprarse un colchón. Coca por naranjas. Los guardias de Search habían sido sádicos al apretar, hacía dos días, a otros “naranjeros”, como se los conocen en Orán a los pibes que se dedican a este curro. A los hermanos Araus los emboscaron. Mientras le pegaban al Mulita, de 17 años, a Claudio, de 18, le rociaban gasoil en el cuerpo y le acercaban un encendedor. A otros los habían corrido con balas de goma. Los pibes calculaban el afano con maña: habían logrado un acuerdo con algunos camioneros. Por una bolsa de hojas de coca y bicarbonato lograban que se hicieran los zonzos y les bajaran la marcha para subir y bajar sin problemas. Al fin y al cabo, le estaba robando a un gigante norteamericano que en los noventa dejó sin trabajo, al mecanizar la agroindustria, a 6.500 personas, entre las que estaban sus padres. La mayoría era de la etnia ava-guaraní. Seabord Corporation debía sanear las cuentas del casi fundido ingenio de los Patrón Costas, y para eso se deshizo de los empleados y los gastos que traían viviendo en comunidades adentro del mismo ingenio. En tren de ahorrar, por ejemplo, cerraron seis escuelas que funcionaban en sus plantaciones. Los indígenas que por generaciones habían sobrevivido de trabajar en los cultivos se desplazaron hacia las afueras de Orán y tomaron las tierras lindantes con la estación de trenes. De a poco, la urbanización y la pobreza los asimilaron a una villa con todos sus bemoles: droga, violencia, alcohol y desempleo. Pero cada uno de los diez que esa tarde emprendieron el camino hacia las naranjas tenía su objetivo. Algunos, como dice la madre de Fabián, lo hacían por el pan. Sabían que a eso de las nueve y media un camión pasaría por la Rotonda, donde siempre esperaban para treparse. Claro que la misma información la tenían los guardias de Search que preparaban la movida. El chofer no viajaba solo. Poco antes de la Rotonda, en la Colonia “Z”, donde hay una cabina de vigilancia de Search, se había subido el ex miembro de inteligencia de la Gendarmería Nacional, Jorge Eduardo Vega, alias el Rengo, cordobés, de 40 años, el hombre que daría las órdenes al camionero para cumplir con el operativo pensado desde temprano. Al volante del Fiat Iveco de carrocería blanca iba Jonatan Baroni, un empleado de Cargo S.A., al servicio de Seabord Corporation. Era nuevo y reemplazaba a los que estaban de franco. Casi no conocía a los guardias ni a los pibes. Aún así supo que algo raro pasaría cuando su jefe, Raúl Gauchad, le dijo por celular que los naranjeros estaban a la espera, que no parara tras subirlos y que acatara las órdenes de Vega. Por eso dejaron que los pibes hicieran lo suyo a pesar de la velocidad con que hizo avanzar el Iveco cargado con 88 bines de naranjas y arrojaran al camino las bolsas. Arriba, los pibes, no sabían que iban al matadero. Los guardias no sabían que el único civil de la tropa, ese chofer de jeans y camisa de grafa, sería el único que luego, ante la Justicia, se iba a quebrar y los iba a mandar al frente para salvar el propio pellejo. Fabián y los pibes se preocuparon recién cuando al llegar al Puente del Pescado, el lugar donde solían bajarse aprovechando la frenada, el camión aceleró. No paró hasta que llegaron al Puesto Inés, el otro lugar donde hay una cabina de Search. Allí solía haber una barrera que estaba abierta. Apenas Jonatan paró, de todas partes, como perros que salen de las sombras del campo, aparecieron hombres de uniforme, algunos vestidos como para el combate con camperas camufladas y pasamontañas. Llevaban linternas y palos. Algunos, simples cañas azucareras. Otros, contundentes bates de béisbol. Los menos, escopetas con perdigones de goma. Los pibes fueron bajados como ganado del acoplado. Y trataron de escapar. A un costado, la única salida era el Canal del Pescado, un lecho de cuatro metros de ancho y profundo que toma el agua para regar del río Blanco, cinco kilómetros más allá. En la estampida, la mayoría se lanzó al agua. Pero allá los fueron a buscar y de los fundillos sacaron a dos. Otros dos corrieron por el camino de tierra hacia el Norte. Eran Héctor Campos y Fabián Pereyra. La secta del bate. Y aquí el tiempo se detiene. Los breves minutos se congelan en fotos que aparecen en la causa judicial narradas en primera persona por las víctimas, y por el chofer quebrado. Son los mismos relatos que resonarán en el juicio oral. Corren como liebres asustadas por el costado de la frutícola. Petisos, flacos, no tienen la fuerza de los vigilantes que los persiguen. Carlos alcanza cierta velocidad, pasa a Fabián, lo ve por última vez por el rabillo del ojo, en un destello, perdiendo la partida mientras el avanza hacia la oscuridad. Escucha los gritos, las puteadas, los tiros de escopeta; uno dio en el párpado del Chino. Cree que va a caer por un disparo. Que morirá. Fabián se achica. Por petiso y esmirriado, le decían el Corto. Medía menos de uno cincuenta. Pesaba 45 kilos. Tenía una desnutrición de grado dos. Los guardias le dan alcance. La noche se detiene un segundo, dos, tres, y se le tiran encima con saña. La fiscal que reconstruye los hechos y acusa por homicidio simple a ocho de los 14 guardias, Virginia Nadra Chaud, considera probado que fueron ocho los asesinos. Ocho los que lo patearon con la punta metálica de los borcegos, los que blandieron el bate, los que agitaron las cañas como dándole una zurra a un animal mal portado. La autopsia dijo luego que las marcas eran muchas: excoriaciones, equimosis, hematomas; las huellas del escarmiento de Seabord Company y su brazo ejecutor, los guardias argentinos de la también multinacional de la seguridad Group4, y su subsidiaria Search. Mientras el grupo de ocho, al mando del jefe del operativo, Daniel Flores, hace lo suyo con Fabián, los otros tienen de qué ocuparse. Un guardia agarra del cinto del pantalón al Coya Sánchez y lo saca del canal. Otro engancha a Maxi Illesca. Más allá cae Arnaldo Michel. Todos flacos. Todos morochos. Todos ava-guaraníes, antiguos señores de esas tierras. Los golpean, y se les da por desnudarlos. Los llevan entonces a unos kilómetros, al río Blanco, y con los pelos les acarician la cola. “Estás lindo vos, pendejo”, le dicen al más chico. Los abandonan así, desnudos. Después comentan entre ellos lo gracioso de la escena, los naranjeros volviendo en pelotas al pueblo. A Fabián alguno lo carga y lo lleva a algún sitio donde agoniza. Su familia lo busca. Su madre y otras siete mujeres de la comunidad guaraní patrullan los caminos contra los de Search que las corren, les cortan el paso, las hostigan. Recién el domingo a la mañana un peón divisa el cuerpo golpeado de Fabián Pereyra flotando en el canal. Habían armado una coartada para simular que era una muerte por ahogamiento. Por eso le cargaron el pantalón y el buzo de arena, para que se hundiera, para que no flotara. Pero la arena, según ya se probó, no era del canal, sino del río Blanco. De esas pruebas y detalles de una malicia que sólo se consigue en un grupo de tareas estará teñido el juicio que hará temblar a los salteños. Han matado un chico por un montón de naranjas, y el relato de esa muerte apenas comienza a sonar.Quieren que la investigación llegue a los directivos de las empresasEl juicio oral en el que se juzgará a los guardias acusados de matar a Fabián Pereyra deberá tener un espacio grande para los procesados: allí se verán las caras del acusado de planear el operativo, Daniel Flores, y de sus hombres: los guardias Juan Eusebio Zalazar, Miguel Ángel Paredes, José Ernesto Mainart, Ariel William Caro, Juan Cristóbal Acosta, Ángel Jaime Soruco, Walter Montero, Jorge Eduardo Vega, Pedro Javier Falcón, Dimas Rodolfo Aparicio, Julio Rafael Mura, Raúl Ernesto Apaza y Fabio Alfredo Giannotti. Pero la familia del joven de la etnia ava-guaraní quiere que los magistrados avancen más allá de la autoría material del crimen y apunten a las empresas vinculadas al caso. El abogado Hernán Mascietti, que representa a la querella, cree que el caso muestra no sólo la brutalidad de Search, sino “el nivel de corrupción económica y política que implican los grandes ingenios como Tabacal y la empresa Seabord”. Mascietti señala como parte de la trama del caso al ex abogado de Seabord, el luego diputado por el Partido Renovador de Salta, Marcelo Lara Gross, quien ahora es intendente electo de Orán. Cuando mataron a Fabián y la empresa salió a decir que se ahogó en el canal, Lara Gross dijo que lamentaba “el accidente” pero que “estos chicos se roban el cuarenta por ciento de la producción de naranjas” del ingenio, dice el abogado. Quiere que los jueces se pregunten a quién reportaba Daniel Flores, el jefe del operativo. Al juez de instrucción de la causa, Oscar Blanco, Mascietti le pidió en vano que investigara los teléfonos de los gerentes de la empresa para saber con quiénes se comunicaron la noche del asesinato. El caso ha tenido repercusión internacional en organismos de derechos humanos porque Seabord es la misma empresa que tuvo que dejar de talar el monte tras una decisión de la Suprema Corte.

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