miércoles, 16 de junio de 2010

Los Miserables

El cura creyó hacer bien, y tal vez lo hizo, al reservar, de lo que había dejando Juan Valjean, la mayor cantidad de dinero posible a los pobres. Después de todo, ¿de quién se trataba? De un presidiario y de una mujer pública. Por eso simplificó el entierro de Fantina y lo redujo a esa cosa estrictamente necesaria que se llama fosa común.
Fantina fue enterrada, por lo tanto, en ese rincón gratuito del cementerio que es de todos y no es de nadie y en el que se pierden los pobres. Por suerte, Dios sabe dónde encontrar el alma. Acostaron a Fantina en las tinieblas, entre los huesos de los desconocidos. Sufrió la promiscuidad de las cenizas. La arrojaron a la fosa pública. Su tumba se pareció a su lecho.

Mientras exista, por obra de las leyes y de las costumbres, una condenación social que cree artificialmente, en plena civilización, infiernos, y complique con una fatalidad humana el destino, que es divino; mientras los tres problemas del siglo: la degradación del hombre por el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre, y la atrofia del niño por la ignorancia, no estén resueltos; mientras en ciertas regiones la asfixia social sea posible; en otros términos, y desde un punto de vista más amplio todavía, mientras haya en la tierra ignorancia y miseria, libros como éste podrán no ser inútiles.

Victor Hugo - Los Miserables
Hauteville-House, 1° de enero de 1862

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