domingo, 11 de noviembre de 2007

Cuando la historia parece repetirse (F. Pigna - Clarín 11/11/07)

LOS FACTORES DE PODER LE DIERON LA ESPALDA A UNO DE LOS PERIODOS MAS PROMISORIOS PARA EL PAIS
Delirios autocráticos al poder

La dictadura de Onganía fue apoyada por grupos económicos e intelectuales antidemocráticos.

Felipe Pigna.
fpigna@clarin.com



El gobierno es lento, está manejado por un anciano que duerme la siesta". "Hay que mirar el ejemplo tecnocrático de nuestro vecino Brasil", "la democracia ha dejado de ser indiscutible", "hay que buscar un caudillo militar". Todo esto sonaba en algunos cafés porteños y se escribía en las notas de fondo y en los editoriales de los medios especializados en política, financiados por las "empresas a las que les interesa el país", allá por junio de 1966.

Una sociedad se encaminaba ciegamente al abismo. La atracción de lo veloz frente a la supuesta lentitud de un presidente que en dos años había elevado el crecimiento de la economía al 9% anual; mejorado notablemente los niveles de distribución del ingreso, retomando políticas sociales y sanitarias implantadas por el primer peronismo como la copa de leche, que habían sido arrasadas por los "libertadores" del 55.

Aquel presidente Arturo Illia, que había llevado a la Universidad al mejor nivel académico de su historia y logrado el presupuesto educativo récord, al que se destinaba el 25% del Presupuesto nacional. La ciencia y la investigación vivieron su época de oro. El gobierno de Illia trazó una política internacional independiente que se negó a avalar la invasión norteamericana a Santo Domingo, y junto a su notable correligionario, el Dr. Oñativia, proyectó una sabia ley de medicamentos que se proponía proteger la salud de los argentinos y no los bolsillos de los laboratorios. Le tocó en suerte, o más bien en desgracia, una coyuntura política muy complicada y desfavorable. Asumió con poco menos que el 25% de los votos y con un peronismo proscripto, que se alzó con más del 21% de los votos bronca emitidos en blanco por orden de Perón.

Illia era consciente de esta ilegitimidad de origen e intentó abrir el espacio político a los partidarios de Perón y ya para 1965 había un bloque peronista considerable en el Parlamento nacional. Todo esto no alcanzó, fue puesto en duda en aras de la "modernización necesaria" que por supuesto no se aclaraba qué quería decir.

El presidente "lento" se resistió a ser derrocado aquel 28 de junio de 1966. Llamó "salteadores nocturnos" a sus enemigos y les dijo optimistamente que sus conciencias se lo iban a reprochar. Aquel bochornoso día, con el apoyo incondicional de los factores de poder -entre ellos claramente la Iglesia Católica-, y en medio de una feroz campaña de prensa, -encabezada por algunos comunicadores que todavía hoy siguen "comunicando"-, asumía el dictador Juan Carlos Onganía.

El nuevo presidente de facto quería instalar en la Argentina una dictadura paternalista siguiendo el modelo del dictador español Francisco Franco. Su proyecto era permanecer en el poder hasta el año 2000, para cambiar de raíz la "idiosincrasia del pueblo argentino" e implantar una curiosa "Revolución Argentina". Onganía adhirió a la Doctrina de la Seguridad Nacional difundida en América latina por los Estados Unidos frente al peligro del ejemplo cubano. Esta teoría ponía el acento en la persecución de los opositores; y, según ella, los enemigos estaban fronteras adentro de los países latinoamericanos.

El agitado clima gremial de los años anteriores a 1966 llevó a los representantes del capital internacional y al gobierno mismo a pensar en medidas que impusieran la disciplina sindical y laboral a través de un fuerte y decidido aparato represivo. Estas medidas, en un primer momento, tuvieron éxito por la positiva impresión que el programa económico del ministro Krieger Vasena tuvo en los ambientes económicos internacionales. La inflación fue controlada e incluso pudo alcanzarse cierta reactivación económica. Pero no todos estuvieron conformes: el agro pampeano fue perjudicado por la devaluación del peso en un 40% y el simultáneo aumento de los porcentajes de retención a las exportaciones agropecuarias. La supresión de medidas proteccionistas perjudicó a productores regionales del Chaco, Tucumán y Misiones.

Onganía implantó una rígida censura que alcanzó a toda la prensa y a todas las manifestaciones culturales como el cine, el teatro y hasta la lírica, como en el caso de la ópera "Bomarzo", de Manuel Mujica Láinez y Alberto Ginastera, que fue prohibida.

En lo educativo, decretó la intervención a las universidades nacionales y la "depuración" académica, que consistía en expulsar de las casas de altos estudios a los profesores opositores, sin importar su nivel académico. Las universidades nacionales fueron intervenidas y ocupadas militarmente el 29 de julio de 1966, en el episodio que se conoce como la "noche de los bastones largos", en la que cientos de profesores, alumnos y no docentes, que ocupaban varios de los edificios de las facultades de Buenos Aires en defensa de la autonomía universitaria y la libertad de cátedra, fueron salvajemente golpeados por miembros de la Guardia de Infantería de la Policía Federal, enviados por Onganía.

Dio comienzo a una verdadera "fuga de cerebros" y a una etapa de crisis en los claustros académicos de la cual éstos no se recuperarían nunca.

La militancia católica fundamentalista de Onganía lo llevó a implantar una "Brigada de Moralidad" dirigida nada menos que por alguien tan moral como el comisario Luis Margaride, futuro jefe de la organización terrorista Triple A. La "brigada" controlaba el largo de las faldas de las chicas y del pelo de los chicos y se ensañaba con las parejas en Villa Cariño y los llamados por entonces hoteles alojamiento.

El dictador con cara de morsa, como tempranamente lo dibujó Landrú en "Tía Vicenta", venía a moralizar la sociedad, su moral era la de la derecha reaccionaria argentina que no veía como inmoral el hambre provocado por el cierre de los ingenios y talleres ferroviarios tucumanos que arrojaban a la miseria a miles de personas; veían la inmoralidad en los escotes de Isabel Sarli, pero no en la feroz represión policial y en las sesiones sistemáticas de tortura que se aplicaban en las comisarías a los militantes opositores.

Aquella era la moral de Onganía, la de la comisión de censura cinematográfica, un grupo de hombres y mujeres de las "fuerzas vivas" que siempre lo fueron en más de un sentido, que veían las escenas "perniciosas" las veces necesarias para ahorrarles al resto de los argentinos aquel libertinaje. Aquellos abnegados soldados de la moral occidental y cristiana pasaban horas encerrados viendo perniciosas escenas de sexo y política, cortando minutos de Buñuel, Fellini, Costa Gavras, Bertolucci y, por qué no, Armando Bo.

El estallido vendría de Rosario y de Córdoba donde el pueblo comenzaría a decirle basta al sueño franquista de Onganía y a despertar de la pesadilla para emprender una nueva etapa histórica cargada de una violencia nacida al calor del contexto mundial y del torpe cierre por parte de Onganía y sus secuaces de todos los canales legales de participación y expresión. Los nostálgicos de Onganía sólo quieren acordarse de aquel dólar estable y de la infaltable "seguridad". Aquí, una ayudita para que recuerden algunas cosas más.

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