domingo, 11 de noviembre de 2007

Una maldita plaga social: el canchero argentino (DISPARADOR - Clarín 11/11/07 - Marcelo A. Moreno)

Es posible verificar tamaña cantidad y variedad de cancheros en nuestras tristes Pampas -el genotipo, en general masculino, no pertenece, como se tiende a creer, a los porteños- que algunos terminan cayendo simpáticos. Será por el candoroso esfuerzo que hacen por mantener su vanidad en alto, por el vulnerable ahínco con que sostienen esa fe ciega y necia en sí mismos o por las virtudes que a veces los acompañan en vehemente disonancia, lo cierto es que a veces no podemos menos que encontrar gracioso el denuedo que emplean en demostrarnos que son los mejores del planeta y aledaños.

Tanto se reproduce la especie aquí que hasta tenemos héroes cancheros. Ambos líderes naturales, ambos brillantes oficiales, ambos mujeriegos, ambos caprichosos, ambos temerarios, Manuel Dorrego y Juan Lavalle militaron en los partidos que ensangrentaron la primera historia argentina -el federal y el unitario- y chocaron fatalmente en Navarro, tras lo cual el segundo cometió la bárbara estupidez de fusilar al primero. Pero antes de la tragedia ya habían cimentado la fama insoportable de cancheros. Dorrego había sido expulsado del Ejército del Norte por su jefe, José de San Martín, a causa de las públicas y reiteradas burlas que le hacía al general Manuel Belgrano. Lavalle había llegado a desairar a Simón Bolívar, jefe del Ejército Libertador en Perú, con sus desplantes aristocráticos. Sin embargo, a ambos los disculpará el brillo de sus talentos: Bolívar terminará ascendiendo al engreído Lavalle; Dorrego, se convertirá, con apenas 40 años, en jefe del partido federal.

Hace años conocí a un eximio cirujano que operó a un familiar de un sobrehueso. Estaba en la habitación cuando el médico vino a revisar al paciente y, de paso, a mostrarle el fragmento que le había extraído. No pudimos dejar de expresar admiración por la limpieza del corte. Nos miró como si no entendiera y dijo:

-Bueno, lo operé yo.

Pero, claro, hablamos de cancheros de genio, que contrapesan su fatuidad con habilidades descollantes. El problema es que a diario nos topamos aquí con una mayoría infinitamente más vulgar de tipos que se las saben todas sin saber ni una, no obstante lo cual siguen paseando su inexplicable aire de superioridad.

Porque lo que resulta intolerable es cuando el canchero se evidencia patéticamente huérfano de virtud alguna y actúa como si fuera Gardel y sus guitarristas. Se trata de un caso desesperante porque al presumir que sabe, se coarta toda posibilidad de aprender, creído como está que, de última, su viveza criolla acudirá a salvarlo.

En contraposición, hay que ser muy poco canchero para escribir: "Todo es pequeño, mutable y caduco". La escribió un filósofo hace poco menos que mil años y refería a sí mismo. Se llamaba Marco Aurelio y por entonces, con el título de emperador, gobernaba el más vasto y perdurable imperio que conoció la historia.

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