domingo, 23 de marzo de 2008

El sonido del Silencio

Tiempo atrás, allá por el año 2004, tuve la suerte de conocer la ciudad de Merlo en la provincia de San Luis. Es una ciudad pequeña , aproximadamente 40.000 habitantes (si todos entraran a la cancha de River sobrarían lugares) de los cuales más de la mitad migraron hacia allá durante los últimos 10 años provenientes de lugares como la Ciudad de Buenos Aires , Córdoba, Santa Fe o Rosario en busca de una mejor calidad de vida. El lugar vive gracias al turismo y sufre también por la misma causa, ya que mucha gente que va a pasear decide quedarse en un lugar que no está preparado para que tanta gente se mude allí al mismo tiempo. Es común escuchar a los nativos de la zona quejarse por el uso irracional del agua de aquellos que están de paso. La estructura del lugar no da abasto a las necesidades de los habitantes que en poco tiempo se multiplicaron por dos. De todas maneras se encuentra uno con gente cordial y amable que ayudan a que el descanso sea pleno. Esta gente, que no son Puntanos sino Merlinos (es como decirle Porteño a un lugareño de Lomas de Zamora, Haedo, Lincoln o Lima) tienen, además del microclima, otra forma de afrontar la vida, algo más calmados y pacientes, con una tonada encantadora y unas empanadas recomendables. Los guías turísticos se lucen con sus chistes y sus respuestas a preguntas insólitas de turistas dispuestos a todo y pasados de vueltas. Una de las excursiones consiste en viajar por la ruta más nueva de la zona que va desde el centro de Merlo a la cima de la Sierra de los Comechingones, a más de 2000 metros de altura sobre el nivel del mar. La travesía se hace, o por lo menos yo la hice, en un jeep Dogde que fue comprado al ejército en un remate. Después de parar en varios miradores y del aviso del último baño tal como los conocemos en la city (a partir de allí los baños se encuentran en la parte de atrás de las rocas) seguimos viaje hasta el cartel que anuncia el final del camino asfaltado. Foto de rigor junto al cartel y seguimos viaje por medio de un campo cruzando arroyos y divisando aves de gran porte (no me acuerdo si eran cóndores, águilas o halcones, pero en eso estaban). Y llegamos. En medio de un silencio que asusta a aquel que sufre de conciencia con algo de polvo se divisa una casa, no, un pequeño rancho de barro y techo de chapa con antena de celular y panel solar. Cuenta la leyenda que la gente de Merlo donó esas antenas. Un hombre bajo, de piel curtida por los años y por las asperas condiciones que debe enfrentar en invierno a escasos 2200 metros de altura y muchos menos grados de temperatura, se acerca a dar la bienvenida calurosamente. Nos presentamos y pactan con el guía la hora del almuerzo. El hombre cría chivos que le sirven de alimento y de sustento, ya que los que no come los vende en la Villa de Merlo para comprar frutas, verduras y algo de ropa. Los pocos electrodomésticos que tiene también fueron regalos de la gente de turismo de la Villa a cambio de poder hacer una parada en las caminatas. De paso, se hace unos mangos ofreciéndoles a todos los turistas empanadas y chivito para comer y descansar de la larga caminata y un paseo por una cascada con una olla de agua digna de ver (si llegan a ir no se tiren muy rápido al agua, está muy fría). El hombre vive con su familia que lo ayudan en la cría de los chivitos. El agua la traen desde un arroyo cercano con una manguera. No tienen tele ni radio. Solamente se comunican por teléfono con la ciudad para informar a los guías las condiciones del clima. No tienen baños, usan "la parte de atrás de las rocas" y los ríos. No escuchan la radio ni van al cine. No necesitan perfumes importados, no tienen baches ni problemas de tránsito. Tampoco se preocupan demasiado si falta plata en los cajeros automáticos, si sube el precio del Euro o si no hay agua Ser por el paro de los camioneros. Trabajan para vivir, en un lugar con un paisaje que debe ser parecido al Edén, donde el ruido más fuerte es el del aletear de los pájaros. Y viven mucho más tiempo que el resto de los que pasamos nuestras vidas en la jungla de cemento. Algunos dirán que ellos están en el medio de la nada, lejos de la civilización, aburridos sin nada para hacer. Yo, la verdad, los envidio. Pero es en vano, porque no conocen el significado de esa palabra allá arriba.
Si tienen la posibilidad visiten ese lugar hermoso, párense en la cima y piensen un segundo que ese grupo de gente también es argentino.
Le tendría que haber preguntado a quien votó.....

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