martes, 1 de julio de 2008

Contrastes



Ella estaba preocupada. No sabía como iba a hacer para volver a casa. Daba vueltas sin saber que hacer; desesperada. Sentía los brazos cansados al borde de la extenuación. Juntaba fuerzas para no soltar ni una lágrima. Se sentía sucia, las manos manchadas, la cara pegajosa. La ropa le pesaba cada vez más. Por su mente las ideas se cruzaban y emitían destellos agónicos. No sabía como iba ser al llegar a casa. Las preguntas, los porqué y los cómo. Se agarraba la cabeza buscando una idea que la salvase. Cómo iba a poder explicar lo imposible, lo inexplicable. Notaba las gotas de sudor que recorrían su cuerpo a pesar de que era invierno y las temperaturas eran muy bajas. Su abdomen estaba tenso; sus manos temblaban. Los zapatos parecían achicarse hasta hacerse varios talles más chicos apretando dolorosamente los pies. El frío se colaba por sus ropas. Temblaba cada vez más fuerte, no sabía si por la incertidumbre que la invadía o por el viento helado que la atacaba de frente. Su mirada estaba perdida en la calle buscando ayuda. Pero no había nadie, parecía estar en una ciudad desierta. Solamente los postes oxidados, sucios, gastados; simulando custodiar el abandono, la nada.

Corrían los minutos y el viento parecía soplar con mayor intensidad a medida que avanzaba el tiempo. La piel de las manos se endurecía y se cortaba.

Decidió irse y hacer frente a la realidad.

Iría a su casa y hablaría con su marido cara a cara.

Le diría que había chocado el auto nuevo.

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